Discurso pronunciado por el pastor Andrés Millanao, en la inauguración del segundo “Encuentro de Mapuches Evangélicos”.
“Chile, fértil provincia y señalada en la región Antártica famosa, de remotas naciones respetada por fuerte, principal y poderosa; la gente que produce es ¡ tan granada, tan soberbia, gallarda y belicosa, que no ha sido por rey jamás regida ni a extranjero dominio sometida!”
Los habitantes que aquí describe Alonso de Ercilla y Zúñiga, es un pueblo que aún existe y que por la gracia de Dios no ha sido exterminado como en otros lugares.
La iglesia cristiana evangélica, en esta parte de Chile, por más de un siglo ha estado junto a nuestro pueblo mapuche. Fueron muchos los misioneros que llegaron, nuestra región tuvo el apoyo de la Iglesia Evangélica desde su nacimiento. Estos hombres y mujeres, venidos de distintas partes del mundo se quedaron para servir. Su espíritu cristiano y amor a nuestro Señor, pudo más que la adversidad encontrada en parajes sin explorar.
Lejos quedó su hogar. Fueron cristianos extranjeros que junto a su familia lo dieron todo por este país. Se entregaron al servicio de personas, absolutamente desconocidas para ellos, con cultura y tradiciones opuestas; sin embargo, se abocaron a sembrar el amor de Jesús, entre quienes ya estaban aquí, entregando salud y educación donde nadie jamás imaginaría. Ni el estado chileno daba atención médica por lo agreste y distante de los centros urbanos.
Así nacen los dispensarios, supliendo las necesidades primarias en salud. Estos hermanos misioneros, llamados “gringuitos”, también crearon colegios donde los jóvenes mapuches aprendían a leer y escribir.
El sacrificio de estos grandes siervos de Dios, a favor de nuestro pueblo originario, no fue en vano, porque miles de personas fueron bendecidas con la educación, o por medio de la atención médica, y lo más importante fue dar a conocer a Jesucristo, quien desde entonces se transformó en el Amigo y el Compañero de nuestro pueblo, quien no permitió que fuéramos extinguidos, quien también ayudó a unos, a cientos y a miles a liberarse de la esclavitud del alcohol, terrible enemigo que azotó a las familias, quitándoles lo poco y todo lo que tenían, incluso vendieron por unas miserables monedas sus campitos para poder seguir bebiendo quedando en la más miserable pobreza.
La parábola del Buen Samaritano es la ilustración que el Señor usó para que los doctores en la ley de Dios pudieran entender quien es el prójimo.
En esta ilustración se menciona que unos asaltantes dejaron muy mal herido a un pobre hombre. ¿No es exactamente eso lo que le sucedió a nuestro pueblo?
Si, ¡fue asaltado! Lo dejaron muy mal herido. Por muchos años la sociedad se acostumbró a ver la extrema pobreza en los campos, no llamaba la atención… como si fuera parte del paisaje de nuestro sur chileno.
El mandamiento que fue emitido desde el corazón de Dios: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, no se oía, no tenía respuesta, era como una voz en el desierto. Gabriela Mistral al ver a tantos pequeños en extrema pobreza y ver a otros disfrutar de tantas riquezas materiales, decía: “piececitos de niños azulosos de frío como os ven y no os cubren ¡Dios mío!”
La parábola del Buen Samaritano que mencionaba y cuyo registro está en el evangelio de Lucas (10:25a37), es la ilustración del mandamiento que muchos han ignorado voluntariamente.
El samaritano, despreciado por el pueblo judío, fue capaz de acercarse a ese hombre judío, asaltado, herido y tendido en el camino. Le da el primer auxilio, lo pone sobre su cabalgadura, lo lleva a un hotel, pide que lo sigan atendiendo y promete pagar todo lo necesario en su atención. Lo que no hicieron el sacerdote y el levita que representaban a una escrupulosa religión, ¡si! lo hizo un despreciado samaritano.
Desafortunadamente los cristianos de hoy también nos hemos fabricado una religión de templo. Allí entramos con solemnidad, nos comportamos casi como los ángeles, hasta nos emocionamos y le decimos algunas cosas a Dios para que se sienta bien. Pero cuando salimos de ese lugar de recogimiento, todo es diferente, ya no nos importa al que rezaba u oraba junto a nosotros, nos comportamos como extraños, y hasta como enemigos.
Hoy nuestra región está siendo azotada por la violencia, creo que nadie está de acuerdo que haya quienes manifiesten su malestar en forma tan violenta, pero esta es la cosecha de lo que se ha sembrado por tantos años, y se da sin dudas el adagio popular que dice que también “pagan justo por pecadores”. No mal interpretemos, nunca estaremos de acuerdo con la violencia. Hoy estamos extrañados de tanto rencor u odio manifestado en ciertas personas.
Es cierto que la preocupación social ha sido una de la característica permanente de la Iglesia evangélica. Sin embargo creemos que si deseamos ver un cambio profundo en la sociedad es indispensable primero que haya un cambio en el interior del individuo. Esa es nuestra estrategia, porque esa es la manera como Cristo produjo la revolución que jamás ha visto el mundo. De solo once fieles apóstoles, hoy somos muchos millones que le seguimos y le servimos con devoción.
Respetadas autoridades y apreciados amigos, el mensaje de Cristo no fue un mensaje de solución a los problemas sociales, ni siquiera se levantó directamente contra la esclavitud existente en esos días. Esto no quiere decir que El no se preocupó de los problemas sociales. El sabía que la solución de los problemas sociales es una consecuencia del cambio interior del individuo. Y la iglesia evangélica lo ha entendido muy bien, teniendo muchos problemas, no ha dejado de presentar al individuo a un Cristo vivo, quien dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” Cristo como Verdad, nos dice que amar al prójimo es la solución a los graves problemas sociales.
Aquí en Chile tenemos un ejemplo de cómo se debe abordar los grandes temas. Nuestra Iglesia Evangélica, fue por años discriminadas. Ni siquiera podíamos llamarnos IGLESIA. Solución que llegó con la dictación de la ley 19.638 en 1999. Esta ley nos costó por favor escuchen bien, mas de ¡9 AÑOS DE LUCHA! Nueve años que líderes evangélicos estuvieron cada semana en el Congreso Nacional, conversando con nuestros legisladores, aportando antecedentes, pago a abogados para que prepararan cada detalle de la ley. ¿Acaso alguna vez se escuchó un megáfono frente al Congreso, o una pancarta alusiva a nuestra demanda, o fuimos en masa a reclamar con insultos la demora de nuestras demandas? No, mis estimados amigos. Los que somos seguidores de Jesucristo, no utilizamos esos métodos.
Termino, diciendo como el profeta Zacarías: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”(4:6). Amén.