En el contexto del Año Nuevo Mapuche y del Día Nacional de los Pueblos Indígenas, el anuncio de la Presidenta de la República, Michelle Bachelet, de crear cupos especiales para pueblos originarios en el Parlamento ha despertado interrogantes sobre la eficacia de una medida de esta naturaleza en términos de representatividad.
Si bien las experiencias de parlamentos separados en países escandinavos y los cupos especiales en el Parlamento en Nueva Zelanda se han consolidado como espacios de decisión y consulta, éstos obedecen a discusiones mucho más tempranas que en Chile o incluso Latinoamérica, donde las expresiones de participación política son asimétricas en proporción, modalidad y tiempos.
Mientras en Chile recién se abre la discusión sobre la forma en que debiera generarse este espacio formal (si cupos especiales o circunscripciones electorales indígenas), las reformas parciales o totales a las constituciones en la década de los ’90 en la región llevaron a Colombia y Venezuela a contar con circunscripciones indígenas, pero no así a Perú ni Guatemala, a pesar de tener ambos países una alta proporción de pueblos originarios en el contexto regional.
En México, donde habita la mayor población indígena de la región, se registran sólo 28 distritos electorales indígenas de un total de 500 en la Cámara de Diputados. En Ecuador, Nicaragua y Bolivia, en tanto, el acceso a espacios de decisión se ha dado a través de partidos políticos (Pachakutik, Yatama y MAS, en forma respectiva).
Bolivia, donde la mayoría de la población corresponde a pueblos originarios, emerge como un caso único en la región, un estado plurinacional donde la etnicidad es uno de los elementos centrales de la ciudadanía. La Constitución de 2009 establece siete circunscripciones indígenas para la Cámara de Diputados de un total de 130 escaños, aunque ninguna para la de senadores.
En una región donde las líneas divisorias por demandas sociales y políticas son más difusas y por ende emergen mayores desencuentros con el sistema político, los contextos nacionales arrojan un abanico de matices y disparidades en relación con espacios de inclusión y exclusión.
Esos espacios hablan hoy de la necesidad de romper con los estereotipos respecto de los pueblos indígenas como el “otro” invisible o violento y entender que es un “otro” distinto, que debe ser parte activa de las decisiones colectivas como una forma de preservar su identidad y de articular la nación.
Nicolás Figari
Director Ejecutivo
Fundación Aitue